Carlos Enríquez, lectura psicológica de un rapto…

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Arte y Mente

La utopía no debe morir. Se transforma, se configura de distintas maneras. A veces se sumerge transitoriamente. Se instaura entonces, tal y como sucede en nuestros días, el llamado al disfrute de un presente en los temblorosos márgenes de su precariedad.                                                                                                                                          Graziella Pogolotti

Dentro de la vanguardia del arte cubano de la primera mitad del siglo XX y considerado como uno de los mejores artista de la plástica, Carlos Enríquez (Agosto 3, 1900 – Mayo 2, 1957) con su pincel virtuoso y revolucionario hizo un pacto con lo autóctono para darle protagonismo a los símbolos nacionales como la Palma Real, lo mestizo y la luz del trópico. Al mismo tiempo fue cuestionado por sus contemporáneos por la forma particular con que reflejaba el cuerpo femenino en sus obras.

El prestigioso intelectual cubano José Antonio Portuondo hizo alusión a Carlos Enríquez de manera sencilla pero abarcadora: … fue uno de los más talentosos renovadores de la plástica cubana y, entre ellos, el amante más fiel y constante de la tierra cubana y sus criaturas, de sus leyendas y costumbres, en las cuales está la raíz de un auténtico arte cubano.

En su haber destacan obras de relevancia como Primavera bacteriológica, Virgen del Cobre, Las bañistas de la laguna y El rapto de las mulatas. Sobre esta última pintura se basará el análisis de este artículo. La misma tiene como referente directo el mito clásico, El rapto de las Sabinas, que a lo largo de la historia ha sido representado a través del arte de diversas maneras. El Rapto de las Mulatas nos muestra una imagen donde el movimiento resulta ser el actor principal de la obra, más allá de los motivos, colores o formas. En este afán, Carlos Enríquez le imprimió a su lienzo no solo una manera particular en la que lo dinámico y lo dramático hacen lucir la acción en su interior como una escena de la vida real, también y más determinante resulta cómo deja plasmado en cada pincelada los rasgos de su personalidad insumisa, inconforme, temeraria, espontánea y liberal.

El rapto de las mulatas - Carlos Enriquez - Cuba

El Rapto de las Mulatas – Carlos Enríquez – 1938

Para el autor los detalles del escenario donde se produce el rapto no resultan los de mayor relevancia. Cielo oscuro y tormentoso, colores sobrios, todo a propósito para hacer resaltar la intensidad de la metamorfosis hombre-mujer-caballo bajo los dominios de la fuerza del rojo. Cuerpos fundidos que en cada parpadeo dan la impresión de una forma diferente. ¿Dos mujeres haciendo resistencia o dejándose llevar por el instinto masculino y depredador del hombre? Una de las féminas con ojos cerrados. Dígase ojos y hablamos del órgano básico de contacto con el mundo exterior. La función de comunicación social de la cabeza y del rostro se concentra en los ojos. Es el punto principal de concentración de las vivencias del Yo. Ojos cerrados en una de las mulatas que pudieran interpretarse con tendencias narcisistas de la personalidad, autismo o concentración. Otra de las lecturas que se pueden realizar al respecto puede ser el aislamiento del mundo y es que la expresión facial de las mujeres en su conjunto tiende a la confusión pues no denota abiertamente de un goce o un sufrimiento. La otra con ojos entre abiertos, pequeños, como ensimismada en una mirada, al mismo tiempo temerosa y que desafía sutilmente a su victimario para que continúe con su empresa.  Ojos abiertos y cerrados que los acompañan de igual manera cejas arregladas y levantadas, elemento que destaca el autor para resaltar el refinamiento, cuidado y delicadeza de la mujer cubana que al mismo tiempo puede mostrar desdén y arrogancia ante el supuesto ultraje al que son sometidas.

En el lado opuesto del sexo no se muestran ojos, ni cara, solamente dos pedazos de mandíbula puntiaguda que apuntan de manera incisiva a las acciones que se están tomando contra las supuestas víctimas del placer. Hombre con bigote indicando fuerza vital, pujanza viril, simbolismo sexual. El sombrero presente ocultando más de la mitad de la cara puede analizarse desde varias perspectivas, como compensación por alguna inferioridad física, ya sea el tamaño, calvicie o fealdad, o solo por el hecho de no mostrar la identidad ante el sentimiento de culpa por el hecho cometido. Una obra que muestra dinamismo en toda la extensión del término, cuatro humanidades que expresan dificultades de coordinación entre impulsos y control, propio de figuras con cuellos omitidos.

Una de las características de la pintura de Carlos Enríquez es la manera erótica en la que resalta el cuerpo de la mujer. El rapto no escapa a una voluptuosidad de senos que puede resultar al mismo tiempo excusa para la realización del hecho. Dicha acentuación un tanto exagerada para la escena pudiera interpretarse como que el autor tuvo en su niñez una imagen materna relativamente fuerte y dominante. Al mismo tiempo el tratamiento dado muestra indicadores de madurez emocional y psicosexual. Se divorcia de cualquier tabú propio de la época y avanza en su intención de relatar mediante el pincel la apariencia femenina perfecta. Hombres vestidos y con caras ocultas, mujeres mostrando todo su esplendor, sin pudor y con transparencias. Varias formas de analizar el hecho, pues al mismo tiempo que se muestra rebelde con el momento histórico que vive y supuestamente lo desafía al reflejar un cuerpo femenino erótico y provocativo, también cumple con la época pues ocultar la culpabilidad del hombre sin cara, vestido, macho y superior era el dogma que alimentaba la cultura de la sociedad cubana de la década del 30. Navega en aguas escabrosas y cumple de manera controvertida con su conciencia y con la época.

Los brazos y las manos simbolizan el desarrollo del Yo y la adaptación social. Las manos son usadas para tocar, manipular y usar las cosas del mundo exterior. Con los brazos y manos comemos, amamos, odiamos, atacamos, nos defendemos, hacemos todas las cosas. La amplitud de acciones  que realizamos con los brazos y las manos determinan un gran número de dificultades en la proyección de estos órganos. Brazos y manos bien definidos en cuanto a las funciones dadas a cada cual. La mujer extiende los brazos sombreados vigorosamente y nos sugiere culpabilidad en relación con impulsos agresivos, intenta agarrar la anatomía de su verdugo con dedos largos y finos, dedos agresivos y llenos de simbolismo sexual. Su contraparte la controla fuertemente por el hombro con mano violenta y ahí el artista enriquece la visibilidad de la acción cuando aporta color rojo al hombro femenino. La otra mano acuciante, sin estar a la vista, da la impresión de sostener la cintura mulata debido a la posición que adquiere el tronco de la mujer cuando intenta infructuosamente escapar o simplemente hacer resistencia a los impulsos del hombre.

Los otros protagonistas muestran una escena con mayor tranquilidad. Al contrario de su compañero, este muestra mayor dominio de la situación. Sus dos brazos que son muy largos se funden en el cuerpo de su presa y la aprisionan dejándola inmovilizada, sin opciones de resistencia, todo esto demostrando ambiciones, deseos de adquisición y de ejecución.

El resto del cuerpo de los cuatro protagonistas, dígase del tronco hacia abajo, se mantiene ausente, diluido con el entorno y con los caballos. Lo que más se alcanza a distinguir es una pierna difusa de mujer. En contraparte con toda la energía desplegada y los movimientos de la porción superior de los cuerpos, la no representación de las extremidades inferiores demuestra el halo de inconformidad y depresión de Carlos Enríquez.

No en vano nuestro autor utiliza el caballo más allá del simbolismo que tiene, más bien se representa con la fidelidad, la inteligencia y la tenacidad, características que lo identifican como ser humano. Fidelidad por su tierra, por sus raíces y por su labor artística. Inteligencia para plasmarlo con elevados grados de dificultad. Caballo como símbolo de libertad, Carlos Enríquez y el mundo libre que creó en su Hurón Azul, libertad autoadjudicada por antonomasia para pintar sobre santos, paisajes y mujeres desnudas. Nobleza de caballo, amistad de humano, en el Hurón Azul se reunía todo el mundo artístico de la época, y fue visitado por intelectuales como: Félix Pita Rodríguez, Alejo Carpentier, Marcelo Pogolotti, René Portocarrero y Fidelio Ponce de León. Pero sobre todo el elemento simbólico que mayor representatividad y relevancia se manifiesta en la obra y la vida del artista es la vitalidad, el dinamismo y los movimientos del caballo.

Carlos Enríquez pintor de una época en todas las épocas. Al decir del Carpentier: Los lienzos de Enríquez denuncian una profunda inquietud. No es un constructor en el sentido neto de la palabra. Pocas veces conoce la serenidad, y sus cuadros no son siempre frutos de una lenta y meditada elaboración. Es un artista de reacciones violentas, de temperamento recio, que prefiere soluciones arbitrarias para resolver problemas trillados. Si fuera pianista, se me antoja que a menudo truncaría un alarde de virtuosismo, rompiendo a puñetazos el teclado de su instrumento.

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